Ver miembros de la sociedad medieval

La sociedad medieval estaba organizada en base a un sistema feudal (entrega de bienes a cambio de servicios). La persona con potestad para otorgar tierras era el Rey, los nobles, obispos, etc., a cambio le ofrecían su ayuda con soldados en tiempos de guerra.
Estos nobles, generalmente los más importante, juraban fidelidad al Rey, en un acto llamado homenaje, en el que el noble se arrodillaba ante el Rey, y a raíz del cual se convertía en vasallo (servidor del Rey). Estos a su vez repartían las tierras entre otros nobles más inferiores o caballeros, que se convertían en vasallos suyos.
En el escalón más bajo se encontraban los campesinos que trabajaban la tierra y estaban vinculados a ella (siervos de la gleba) con pocos derechos, escasa propiedad y ningún vasallo.
Según las leyes medievales, un campesino no era dueño de sí mismo. Todo cuanto poseían, incluida la comida, pertenecía al señor del feudo. Estaban obligados a trabajar para su señor.
Los hogares medievales no tenían nada que ver con lo que conocemos hoy. El campesino pasaba la mayor parte de la jornada fuera de casa. Éstas tenían muchas corrientes de aire y escasa luz. Las ventanas no tenían cristales. Para alumbrarse, pelaban un junco y lo mojaban en manteca, y eso ardía como una vela. Esto suponía limitaciones importantes en las actividades de las noches que se reducían muchísimo. Los suelos de tierra se solían desgastar a fuerza de barrerlos.
Por contra, las casas de los ricos eran mucho más complicadas. Hacia el siglo XIII, algunos nobles tenían un recinto privado para su familia: el aposento. Los suelos se cubrían con baldosas adornadas y los muros con tapices.
En las horas nocturnas se solían realizar fiestas en castillos o universidades, fiestas que se extendían a toda la sociedad en fechas señaladas como el 24 de diciembre o la noche de difuntos. Sin embargo, una de las situaciones en las que el hombre echaba en falta la luz era por motivo de las grandes catástrofes: pestes, incendios, inundaciones, sequías, etc.
Los incendios eran práctica habitual en el mundo medieval, propagados gracias a la utilización de madera en la fabricación de las viviendas. Un descuido daba lugar a una gran catástrofe utilizándose también el fuego como arma de guerra. Las condiciones poco sanitarias de la población favorecían la difusión de las epidemias y pestes, especialmente gracias a las aglomeraciones de gentes que habían en las ciudades, donde las ratas propagaban los agentes transmisores.

Otra diferencia entre las clases era la comida: los pudientes podían permitirse una gran variedad de comida, incluyendo los frutos secos, las almendras y las especias asiáticas, que eran productos muy caros. Los menos pudientes comían pan moreno hecho de trigo y centeno o avena, verduras de huerta y carne, en especial cerdo, de sus existencias caseras. En invierno se surtían de la carne y el pescado que habían conservado con sal. Las vacas, las ovejas y las cabras suministraban la leche necesaria para elaborar los alimentos lácteos, llamados platos blancos.
Los hombres y mujeres de la Edad Media sufrían con dureza las consecuencias del medio físico. Los rigores del invierno eran muy difíciles de combatir para todas las clases sociales, utilizando tanto los nobles como los humildes el fuego para combatirlo.
Gracias a la leña o el carbón vegetal el frío podía ser evitado y surgieron incluso rudimentarios sistemas de calefacción, siendo la chimenea el más utilizado. El refugio más empleado durante los largos y fríos inviernos eran las casas, utilizando numerosas ropas de abrigo para atenuar los rigores meteorológicos.