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Como en cualquier religión el templo egipcio representaba la casa del dios, pero, más que entendido como simple morada, el templo debía ser indestructible ya que era la residencia de los inmortales. Las construcciones se realizaban con piedra y materiales duraderos. El templo se construía para albergar la imagen del dios y como lugar en el que los sacerdotes oficiaban sus ritos. A diferencia de las religiones posteriores no era en absoluto un lugar de culto sino una zona para albergar al dios y de hecho el pueblo no podía acceder más que a ciertas dependencias exteriores. En cada casa egipcia existía un pequeño altar donde cada familia llevaba a cabo el culto doméstico; por lo tanto no tenían por qué entrar en los templos.

El interior de los templos es por lo tanto un lugar donde habita el espíritu de la Divinidad. Sin templos, los egipcios creían que el mundo dejaría de funcionar víctima del caos que siempre lo estaba acechando. Estas construcciones tenían, por lo tanto, la función de mantener el orden cósmico y la vida y el bienestar de Egipto.

Los sacerdotes eran las personas que se habían entrenado para llevar a cabo los rituales, los sacrificios y ceremonias públicas y privadas. Actuaban durante los festivales públicos entonando los himnos, transportando la barca del dios y muchas otras actividades más, dentro y fuera del templo.

El templo egipcio representaba la "Residencia Divina", por este motivo, tanto la elección del lugar en donde se erigirían así como su orientación, eran elementos fundamentales antes de comenzar su construcción.

Los templos fueron excavados en un acantilado de piedra arenisca hacia el 1250 a.C. durante el reinado de Ramsés II. El interior del templo mayor tiene una profundidad de más de 55 m y está compuesto por una serie de vestíbulos y cámaras que conducen a un santuario central.

Los templos del Antiguo Egipto constituyen uno de los máximos exponentes de la arquitectura religiosa de la historia de la humanidad, y se encuentran entre los monumentos más majestuosos del mundo.