Cómo lo han hecho otros. Ampliar.

ALQUIMISTAS DE LA PALABRA. CREACIÓN LITERARIA. NARRACIÓN 10. CUENTOS QUE SE ABREN Y SE CIERRAN

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EL ANCIANO VENDEDOR DE FLORES

Había una vez un anciano que vendía flores para ganarse la vida. Las flores tenían un extraño poder: hacer reir a quien las oliese. En una ocasión una mujer le compró todas de golpe porque su hija estaba triste . Cuando la niña olió el ramo no puedo dejar de reir en un mes y ni los médicos la pudieron parar.


Texto ampliado:

EL ANCIANO VENDEDOR DE FLORES

Había una vez un anciano que vivía en una humilde casa en el centro de la ciudad de Berna. Vivía solo con la compañía de un gato remolón. El anciano todas las tardes se acercaba al mercado de las flores, en la Blumen Platz, y vendía florecillas que él mismo había recogido en las frescas mañanas cuando paseaba por los verdes parques de la ciudad. La plaza tenía multitud de puestos de gran colorido y aroma y los vendedores anunciaban su mercancía a voz en grito. El anciano no lo hacía porque no necesitaba anunciar su producto. Su objetivo no era ganar dinero, sino hacer felices a los que lo necesitaban.

Sus flores tenían un extraño poder: todo el que las olía comenzaba a reír al instante, inundándose su alma de alegría . Si veía a alguien caminando taciturno entre los puestos, lo llamaba con un gesto y le entregaba una sencilla flor, una flor de campo, silvestre quizá, cogida al azar, pero repleta del amor que el anciano impregnaba en cada una de ellas. De repente, el dueño de la flor sonreía, o reía a carcajadas y agradecido marchaba de allí con un espíritu renovado.

La fama de estas flores llegó a los oídos de una dama cuya hija moría de tristeza. Compró todo el puesto sin dejar al anciano explicar que las flores no se vendían, que eran un presente que él entregaba con suma delicadeza. La mujer se marchó sin mediar palabra, arrojando unos billetes con los que creía comprar su valiosa mercancía. Cuando al llegar a casa la niña aspiró el aroma del gran ramo de flores, comenzó a desternillarse de risa y no pudo parar. Reía y reía como loca y ya le dolían las costillas y las mandíbulas de tanto reírse.

Los médicos no pudieron contener tanta carcajada y la única solución fue esperar a que las flores marchitasen y no desprendieran más su aroma. La señora aprendió la lección y nunca más utilizó su dinero para comprar felicidad. De vez en cuando se le ve en el mercado pidiendo al anciano UNA linda florecilla para su hija.